martes, 5 de mayo de 2009

1940

Cuando llegamos a la casa nueva, fue un jolgorio, recorrer las habitaciones enormes donde cada una podía dormir con la hermana que más quería, había una habitación solo para el baño, y de las tuberías salía agua, a eso se sumaba un excusado conectado a un silo, dejamos de usar las famosas bacinicas.

Otra maravilla que tuvimos a partir de entonces fue que desde el techo colgaba un alambre blanco con una luz brillante, conectado a unos postes de la calle, el tío había hecho poner dos en toda la casa, era el último adelanto de la ciencia según nos contaba.

La abuela nos había preparado grandes camaricos llenos de menestras, arroz, quesos, mantequilla, y no podía faltar el pan de huevo y las famosas tortas preparadas en su casa.

La sociedad del lugar comenzó a visitarnos, mamá tenía algunas amigas del colegio ya casadas, con hijos igual que ella, a otras recién las conocía, llegaban a ofrecerle su amistad, ella se sentía feliz de la compañia y sobre todo, de tener con quien hablar, había estado tanto tiempo aislada, era muy feliz, pero las alegrías no siempre vienen solas, llegan acompañadas de penas, creo es para que nos demos cuenta y apreciemos lo bueno de las cosas.

Los víveres comenzaron agotarse en casa y mamá tenía que buscar en que trabajar, el problema era en que; comenzó a averiguar entre sus relaciones y se enteró que el gobierno en su afán de contentar al pueblo en esta época de escasez acaparaba el arroz y el azúcar, y lo daba para que se vendiera en unos establecimientos especiales llamados estanquillos, para ello se requería contar con un local adecuado, felizmente en casa había una habitación que daba a la calle y era apropiada, para poner una especie de tienda, así que movió cielo y tierra hasta que consiguió que le dieran la concesión.

Todos los días llegaban unos camiones del ejército a dejar los sacos con estos productos, mamá mandó preparar unos jarros que correspondían a medio kilo por persona y así se evitaba estar pesando.

El despertador sonaba a las 4 de la mañana, ella saltaba de la cama y salía a despachar, a esa hora las colas ya estaban largas y no siempre alcanzaba para todos, las trifulcas que se armaban eran de padre y señor mío, nos decían cuanto insulto se les venía a la cabeza, además de acaparadores, se traían abajo las puertas con golpes tan fuertes que nos asustaban.

Nosotros sabíamos que este negocio no era muy duradero, siempre estábamos en la cuerda floja, pero como mamá decía Dios proveerá, Él ajusta pero no aprieta, hasta que llegó a su fin, y ahora que hacemos nos comenzamos a preguntar nuevamente.

En esta zona se prepara unos dulces a base de leche y azúcar blanca y otros con chancaca, son muy buenos y famosos, se llama majar blanco y a los elaborados con chancaca natillas, ahora de grande he escuchado a un historiador que se apellida como mi abuela, que las natillas son dulces árabes y que las moriscas los trajeron al Perú en los años de la conquista, y que se quedaron en Piura para siempre, yo imagino que es así, porque antes que los españoles llegaran a Piura, no había ganado caprino ni chancaca; mamá los preparaba en un perol de cobre y se pasaba moviendo la leche hasta que espesaba, cuando tenía la consistencia deseada, ponía en una lata cubierta en papel celofán justo un medio kilo que se pesaba en una balanza, y cuando se enfriaban, las sacaba y las envolvía, así las latas quedaban como base para la siguiente perolada, lo que mas recuerdo de esta época es que cuando ella terminaba, yo corría para raspar lo pegadito.

Así pasé mi infancia feliz

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