martes, 5 de mayo de 2009

CHIPILLICO

Mis padres vivían en una gran hondonada, rodeados de cerros todos muy áridos; cada cierto trecho salía un algarrobo, me gustaban mucho, me daba la impresión, de ser unas mujeres calvas observándonos.

Al pasar los años desviaron el río Quiroz que era el caballito de batalla de cuanto gobernante quería subir al poder, se haría una gran represa para regar todas esas tierras inhóspitas, mi casa y la de muchas gentes que vivía por esos lares quedaron bajo cientos de litros de agua, lo mismo que sus chacritas, por eso es que mis recuerdos son de tierras áridas y secas.

Ahora ha variado tanto, los canales con agua fresca se entrelazan por todas partes, los mangos, los limones, el arroz en fin la vegetación abunda, cuando yo era chica, entonces todo era diferente, salíamos a la pampa que había delante de casa, nos poníamos a danzar y a cantar pensando que así podríamos atraer la lluvia que tanta falta nos hacía.

Todas esas tierras eran del abuelo, como serían de abundantes que a cada uno de los hijos que tuvo dentro del matrimonio le tocó una hacienda, no así a los de la abuela, me cuentan que él deseaba que fuera diferente, que una de ellas sea repartida entre sus primeros hijos, que habían nacido antes de su casamiento, pero no fue posible, en ese entonces las leyes así lo mandaba, los hijos que no eran concebidos dentro de un matrimonio, no tenían derecho de nada, el dinero siempre es difícil de compartir, aun cuando hay armonía.

Nuestra casa era de estacas, el techo era sostenido con unos horcones de algarrobo, cruzados con vigas, sobre el cual descansaba el techo, que se hacía con torta de barro, paja y bosta de burro, sobre esto se ponía teja; las paredes eran revestidas con este material y es por eso que eran tan frescas, necesarias para el clima tan inclemente, al piso de barro, se le ponía agua para endurecerlo, y quedaba licito, una de mis hermanas lo limpiaba tanto que llegábamos a pensar que brillaba.

La situación en casa siempre fue difícil, solo se tenía la chacrita que nos daba para comer con las justas, el aguatero con su burro se pasaba todo el día acarreando agua para tomar, y para lavar los platos de un pozo que estaba en el lecho del río, este no era tan cerca, y para nosotros era un jolgorio recorrerlo, todos los días cuando bajaba un poco el sol íbamos a bañarnos, se acostumbraba que a golpe de 5 de la tarde teníamos que estar con ropa limpia bien puestos para tomar nuestra leche muy dulce y con vainilla, a nosotros nos parecía manjar de manjares.

El trabajo de papá consistía en la compra y venta de ganado, la abuela le facilitaba dinero para comprar las reses, que vendía mas al norte y tenía que ausentarse por largas temporadas; mamá siempre se quedaba sola, pareciera que el negocio no era tan rentable, pues nunca dio lo suficiente para progresar.

El colegio mas cerca estaba como a dos días a lomo de mula, allí tenían que ir mis hermanas a estudiar, en el campo solo estaba la señorita Siancas que enseñaba las primeras letras a todos, a nosotras como a los hijos de los peones.

Mamá nunca estuvo contenta con que la familia estuviera separada, pero también era conciente que mis hermanas tenían que recibir una educación mas profunda, además ya eran grandes y estaban en la época en que toda chica quiere ir a fiestas, tener novio y en el campo no era posible, solo existían los peones y algún mercachifle que pàsaba de vez en cuando y como toda madre se moría de miedo que alguna de sus hijitas terminara enamorándose de alguien no conveniente.

Mamá deseaba vivir en la ciudad por todas esas razones, además le seria posible trabajar en algo para que entrara más dinero a casa, la situación cada día se hacía más difícil había que hacer algo y ese algo era la abuela, comenzó a preparar su viaje para ir a visitarla, ella vivía lejos de casa.

Cuando llegó mamá, la abuela inmediatamente supo que algo pasaba, mamá le contó sus soledades, sus inquietudes, sus temores de ver a sus hijitas en un ambiente nada prometedor.

La abuela era una mujer de empuje y decisiones rápidas, inmediatamente pensó que primero había que solucionar el problema de la vivienda y decidir donde quería vivir, conseguir algo lo suficiente grande donde estuviera cómoda con sus l1 hijos para la comida mamá tendría que trabajar.

Uno de los tíos fue el encargado de conseguir el lugar apropiado, no fue nada fácil, a papá no le gustaba nada, a todo le ponía peros alegaba que no solo tenía que ser lo suficiente grande para la familia sinó para sus animales que estaban de paso para llevarlos a la venta, hasta que al fin consiguieron una casa muy grande que daba de calle a calle, en un lado estaba la vivienda que era de altos y bajos y al otro lado había un huerto y un corral donde podría poner todo lo que quisiera.

Comenzó la transacción y el papeleo, la abuela había recomendado expresamente que solo perteneciera a mamá, como toda madre quería que su hija siempre tuviera un techo donde vivir.
Yo tendría mas o menos un año cuando comenzó la mudanza, me contaba mi madre que tenia que embalar su loza y todos sus bártulos e irlos escondiendo para que papá no se diera cuenta, no quería tener discusiones antes de haber terminado. Cuando todo estuvo listo se le enfrentó, diciéndole que ella de todas maneras se iba, con él o sin él, así que no le quedó otra cosa que aceptar.

Así es como comencé mi vida en esta ciudad hermosa, de un contraste de paisajes increíbles, por un lado los algarrobos, los sapotes, la tierra árida el yucun y al otro lado un río caudaloso, rodeado de cocoteros, árboles de un verde intenso, los sembríos inmensos que la vista no alcanza a divisar donde termina.

En esta tierra crecí, aprendí a amar todo lo de ella, su gente, su olor, su comida, su forma de hablar.

En esa casa viví hasta los 12 años, tengo muy grabados los recuerdos de mi infancia, el fogón de leña en el cual se cocinaba, la mesa larga con todos mis hermanos a la hora de almorzar, mi madre sentada en una silleta chiquita lavando toda su loza, ella decía que por lo menos dos veces al año se debe hacer para estar preparada por si se necesite.

La hamaca era algo que no podía faltar en una casa, estaba en una terraza larga que daba a un jardín, en cuyo medio había un árbol de tamarindo muy frondoso que daba frescor, mamá se sentaba al atardecer, a contarnos cuentos de grandes romances, penas y espantos, yo temblaba, muchas veces no podía dormir. Ahora es tan diferente nadie se atreve a contar estas historias a los niños.

La sangre luchadora de mamá, fue la que nos sacó adelante, tenía que ingeniárselas para darnos de comer, hacía dulces para la venta, había días en que era imposible conseguir algo, así que nos repartía a diferentes casas de los parientes, para que no nos quedáramos con hambre, fue una época muy difícil.

El país acababa de terminar un conflicto con el Ecuador, desde antes que yo naciera, por alguna u otra razón siempre se presentaba cada cierto tiempo, los alimentos escaseaban no solo en casa, sino en todo el país, para que no nos diera la tisis, los niños teníamos que tomar aceite de hígado de bacalao, era horrible.

La lucha de clases era tremenda, comenzaban a formarse los sindicatos, salían nuevos líderes, que se suponían iban a salvar al país, una de mis hermanas fue correo secreto, llevaba información de un lado a otro, mamá temblaba, no lograba convencerla que no lo hiciera.

En este marasmo de ideas y luchas pasó mi infancia, feliz y despreocupada, yo digo así, pero creo que todo eso que me tocó fué lo que formaron mis traumas, mis temores, mis ganas de vivir y sobre todo mi carácter.
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1940

Cuando llegamos a la casa nueva, fue un jolgorio, recorrer las habitaciones enormes donde cada una podía dormir con la hermana que más quería, había una habitación solo para el baño, y de las tuberías salía agua, a eso se sumaba un excusado conectado a un silo, dejamos de usar las famosas bacinicas.

Otra maravilla que tuvimos a partir de entonces fue que desde el techo colgaba un alambre blanco con una luz brillante, conectado a unos postes de la calle, el tío había hecho poner dos en toda la casa, era el último adelanto de la ciencia según nos contaba.

La abuela nos había preparado grandes camaricos llenos de menestras, arroz, quesos, mantequilla, y no podía faltar el pan de huevo y las famosas tortas preparadas en su casa.

La sociedad del lugar comenzó a visitarnos, mamá tenía algunas amigas del colegio ya casadas, con hijos igual que ella, a otras recién las conocía, llegaban a ofrecerle su amistad, ella se sentía feliz de la compañia y sobre todo, de tener con quien hablar, había estado tanto tiempo aislada, era muy feliz, pero las alegrías no siempre vienen solas, llegan acompañadas de penas, creo es para que nos demos cuenta y apreciemos lo bueno de las cosas.

Los víveres comenzaron agotarse en casa y mamá tenía que buscar en que trabajar, el problema era en que; comenzó a averiguar entre sus relaciones y se enteró que el gobierno en su afán de contentar al pueblo en esta época de escasez acaparaba el arroz y el azúcar, y lo daba para que se vendiera en unos establecimientos especiales llamados estanquillos, para ello se requería contar con un local adecuado, felizmente en casa había una habitación que daba a la calle y era apropiada, para poner una especie de tienda, así que movió cielo y tierra hasta que consiguió que le dieran la concesión.

Todos los días llegaban unos camiones del ejército a dejar los sacos con estos productos, mamá mandó preparar unos jarros que correspondían a medio kilo por persona y así se evitaba estar pesando.

El despertador sonaba a las 4 de la mañana, ella saltaba de la cama y salía a despachar, a esa hora las colas ya estaban largas y no siempre alcanzaba para todos, las trifulcas que se armaban eran de padre y señor mío, nos decían cuanto insulto se les venía a la cabeza, además de acaparadores, se traían abajo las puertas con golpes tan fuertes que nos asustaban.

Nosotros sabíamos que este negocio no era muy duradero, siempre estábamos en la cuerda floja, pero como mamá decía Dios proveerá, Él ajusta pero no aprieta, hasta que llegó a su fin, y ahora que hacemos nos comenzamos a preguntar nuevamente.

En esta zona se prepara unos dulces a base de leche y azúcar blanca y otros con chancaca, son muy buenos y famosos, se llama majar blanco y a los elaborados con chancaca natillas, ahora de grande he escuchado a un historiador que se apellida como mi abuela, que las natillas son dulces árabes y que las moriscas los trajeron al Perú en los años de la conquista, y que se quedaron en Piura para siempre, yo imagino que es así, porque antes que los españoles llegaran a Piura, no había ganado caprino ni chancaca; mamá los preparaba en un perol de cobre y se pasaba moviendo la leche hasta que espesaba, cuando tenía la consistencia deseada, ponía en una lata cubierta en papel celofán justo un medio kilo que se pesaba en una balanza, y cuando se enfriaban, las sacaba y las envolvía, así las latas quedaban como base para la siguiente perolada, lo que mas recuerdo de esta época es que cuando ella terminaba, yo corría para raspar lo pegadito.

Así pasé mi infancia feliz

lunes, 4 de mayo de 2009

APUNTES BIOGRÁFICOS

DIANA VALDIVIESO BURNEO DE QUIJANO
Escritora regional.
Nacida en Chipillico, Las Lomas, Piura, estudió en el Colegio Santa Úrsula de Sullana y en Lima. Ha sido presidenta del Consejo de Apoyo Permanente Para Obras Sociales de Sullana, en la ciudad de Lima.
Desde 1999 es miembro de la Asociación Cultural Tallán, considerada entre los fundadores de esta institución cultural.
Escribe una narrativa costumbrista que ha entregado en varias publicaciones sueltas, que forman parte de un compendio que ha titulado CUENTOS DE LA ABUELA.